En un tiempo muy, muy lejano vivían unos hombrecillos en un bosque muy, muy remoto: el Bosque de los Árboles Melenudos. Así era conocido el bosque porque no había árbol en él que no poseyera una larga y poblada copa, siempre acicalada y cubierta de las más curiosas criaturas: aves exóticas, frutas glaseadas, luces de colores, hadas perfumadas…sí, sí como lo oís, era un bosque muy particular y diferente a todos los que hayáis podido visitar, con un fuerte aroma a magia y dulce sabor a aventura…

Este bosque tan especial se encontraba a los pies de las Montañas Azules, eran tan altas que sus picos se confundían con el cielo y tomaban su color. Estas montañas guardaban en su interior muchos secretos y tesoros, uno de los cuales era conocido por nuestros protagonistas: la Gruta del Dragón.

A esta gruta acudían cada día los siete enanitos. Se levantaban muy temprano por la mañana, desayunaban, y marchaban con la comida preparada de su casita del bosque a esta deslumbrante gruta. Allí pasaban todo el día picando y extrayendo piedras de colores (gemas de incalculable valor)  que después las hadas perfumadas se encargarían de repartir en el mundo de los humanos cada vez que una criatura nueva veía la luz… pero eso es otra historia que os contaré otro día…

Era un trabajo agotador pero a la vez fascinante. El brillo de las gemas inundaba la gruta, llamada del dragón porque las estalactitas que colgaban del techo y las estalagmitas del suelo parecían las fauces de un temido dragón y las paredes brillaban como escamas tornasoladas cuando la tímida luz de los farolillos de los enanitos inundaban la gruta.

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Después de trabajar todo el día, regresaban a la casita del bosque donde se lavaban y preparaban la cena y la comida del día siguiente. Este era el mejor momento del día para los enanitos Naranja y Rojo, los más pequeños del grupo que disfrutaban jugando y haciendo alguna que otra trastada al resto del grupo. No pensaba lo mismo el enanito Amarillo que refunfuñaba porque casi siempre era el objetivo de las bromas de los pequeños. Los enanitos Rosa y Lila cuidaban de las flores y el huerto mientras escuchaban las historias que les cantaban los pajarillos para luego componer sus propias canciones y amenizar las largas tardes en el Bosque de los Melenudos. El enanito Azul prefería trastear con palos, ruedas y objetos perdidos en el bosque a los que intentaba dar un nuevo uso y bien que lo conseguía, era el inventor del grupo y varios de los sistemas aplicados al transporte de las gemas en la gruta habían sido diseñados por él.  Pero el alma del grupo, el que ponía paz en momentos de tensión, quien sacaba el acordeón para animar a los demás en momentos de tristeza o aburrimiento, y quien cuidaba de todos los demás enanitos era el enano Verde, siempre esperanzado, motivador, resuelto, comprensivo y sabio. Su energía  y sabiduría manaban del bosque verde…

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Un día que regresaban de la gruta al llegar a su casa descubrieron ….